Dentro de un momento la puerta se abrirá y todo habrá
terminado- pensé mientras me erguía en la silla del comedor.
Las maletas se agolpaban junto al sofá, también algunos libros
y una bolsa con comida. Esos bultos representaban todo lo que me había ganado
durante mi vida.
-
No es mucho- susurré
Me levanté despacio y dejé que mi mano se despidiera de la
mesa, del sillón gastado de la esquina e incluso de aquel horrible cuadro que
tanto me inquietaba.
La puerta se abrió y allí estaba él, serio, distante y con las llaves del coche
en la mano.
-
¿Vamos?- me preguntó mientras me ayudaba con los
pocos trastos que podía calificar como míos
-
Sí- sentencié fría
Durante todo el trayecto permaneció callado y yo ausente. De
vez en cuando nos mirábamos de reojo, supongo que en busca de algún resquicio
de lo que fue. Me pregunté, cuándo todo había cambiado entre nosotros. Siempre
habíamos podido hablar y ahora éramos dos extraños que iban a tomar caminos
diferentes.
El tráfico se puso de nuestro lado y permitió que nos
dirigiéramos al destino final con fluidez. Me sentía a la deriva dentro de ese
coche viejo.
De repente carrasqueó y me preguntó:
-
¿Lo tienes todo?
-
Eso creo- contesté sin poder mirarle
Llegamos al aeropuerto y paró el coche en la puerta. Vi como
sus puños se agarraban con fuerza al volante,
como si temiera salir volando. Apretó la mandíbula, como aquella vez que
no quería que le viera llorar mientras veíamos ETE, se giró valiente y me abrazó
tan fuerte, que expulsó de mí todos los miedos.
-
Ahora sí que lo tengo todo papá – le susurré mientras
me hacia mayor.