07 mayo 2012

La tragedia del héroe


A sus dieciocho años, Rubén sabe que pertenecer a una familia de héroes implica un gran esfuerzo.

El padre se dedica a salvar la vida a los demás, la madre ayuda a la gente a tomar las decisiones acertadas para ser felices y la hermana, bueno ella, es tan buena, pura y perfecta que ni el más malo de los malos es capaz de huir de su dulce voz.
Toda su infancia luchó para que los suyos lo valoraran, sin saber, que sus padres ya esperaban que fuera perfecto. Así pues, cuando llegaba con un diez en un examen o con una redacción propia de un Nobel de Literatura lo miraban con indiferencia.

Sólo mostraban interés por saber, qué había hecho ese día por los otros, a quién había salvado y cómo lo había conseguido.
Su desesperación por ser el héroe de la familia lo llevó a una retahíla de errores. Donde él veía una agresión a una joven, en realidad era el encuentro apasionado de una pareja, cuando descubría a un ladrón robando un coche, se trataba del dueño peleándose con una puerta atrancada…
Pronto se dio cuenta de que jamás seguiría el camino de sus tíos Hércules, Aquiles o Superman. Él, sólo era un antihéroe. Tara que estaba presente en su familia y que cada cierto tiempo se desarrollaba en un individuo. Estos se caracterizaban por ser torpes en los procedimientos heroicos, débiles y necesitados de afecto.
Fue la decepción de sus padres pero tuvieron que aceptarle, ya que, un héroe siempre tiene que ser comprensivo. Por eso, ahora, se dedica a ser cazador de sueños y si no los consigue no se frustra, porque al fin y al cabo sólo es un antihéroe.  



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