-
¿Ya ha salido?- le preguntó inquieto
-
Todavía no. Falta un minuto- le respondió
tranquila.
El baño era pequeño y Sofía
permanecía sentada en el váter. Los píes y las manos cruzadas sin saber, si ese gesto respondía a su deseo de un resultado positivo o la desesperación
porque fuera negativo.
Tenía 35 años, una carrera
prometedora y una pareja estable desde hacía 5. Todas las señales la
llevaban directa a esa taza de váter y a ese palito chivato.
Su padre le criticaba que aún
tenía la cáscara del huevo pegada al culo y ella la sentía dura y fría allí
sentada en el baño de su piso de 50 metros cuadrados.
¿Cómo va a nacer algo de mí,
si yo estoy seca por dentro?
Recordó aquellos vasos de
plástico que albergan un algodón húmedo en su interior, las lentejas que
salpican el fondo y el milagro del nacimiento de un pequeño tallo. ¿Cómo
podía haber vida si todo lo que rodeaba a la lenteja era inerte? Y aún así, ahí
estaba, frágil, y desvergonzada, levantaba su pequeña hoja hacia el sol, llena
de vida y fuerza por salir de aquel universo vacío.
Dejó caer el palito en la
papelera y se levantó. Se lavó las manos y hundió su cara en la toalla para
ocultar el llanto. Carlos entró y la abrazó.
-
Es el primer intento. Seguiremos buscándolo- la
besó y se marchó.
Sofía cogió la bolsa de la
papelera y la cerró. Salió de su casa con la certeza de que las lentejas crecen
en los lugares inertes.
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