La timidez colgaba de sus tobillos y la obligaba a andar de
puntillas. Durante mucho tiempo permaneció en silencio y los menos afortunados
se perdieron el sonido de su voz.
Aprendió a reír el día que se quedo sola en el camino y fue tal el estruendo
que salió de sus pulmones, que un ermitaño que tenía el alma congelada sintió
como se desprendía de su interior el
alud que lo tenía condenado a la tristeza.
Desgastó la suela de miles de zapatos, si no le gustaba la
forma como había pisado la senda volvía atrás y la cruzaba de nuevo. De esos
paseos aprendió a quedarse con los pequeños detalles con los que se tejió una
manta para los días de frío.
El invierno fue duro y dejó que las tormentas arrasarán su
cuerpo, su mente y su alma. Sabía que el ser humano tenía que dormir unos días
bajo la lluvia y otros bajo el sol, únicamente así podría crecer. Y creció
tanto, que aún hoy que no la puedo ver, la siento.
Feliz cumpleaños.
Feliz cumpleaños.
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