Se sentó a mi lado, con el alma
rota y la lengua traviesa…
Se apoyó en mi hombro durante todo el trayecto. Me
habló del tiempo, de su temperatura traidora que hacia polvo sus huesos. No
esperaba mis respuestas, no le interesaban. Sólo quería que la escuchara.
Cerré mi libro y esperé hasta que su cuerpo anciano se despidió de mi. La miré
alejarse, pausada, tranquila y con un peso menos que llevarse a casa. Lo había
dejado en el asiento de al lado. Lo recogí y lo guardé en mi bolso, aún era
ligero y no me entorpecería en mi camino.
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