06 julio 2012

Conectados


Se sentó a mi lado, con el alma rota y la lengua traviesa…
Se apoyó en mi hombro durante todo el trayecto. Me habló del tiempo, de su temperatura traidora que hacia polvo sus huesos. No esperaba mis respuestas, no le interesaban. Sólo quería que la escuchara. Cerré mi libro y esperé hasta que su cuerpo anciano se despidió de mi. La miré alejarse, pausada, tranquila y con un peso menos que llevarse a casa. Lo había dejado en el asiento de al lado. Lo recogí y lo guardé en mi bolso, aún era ligero y no me entorpecería en mi camino. 

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