Los nacidos a principios de los 80 somos la última generación del
eslogan familiar: “estudia para ser algo en la vida”. Desde que recuerdo, en mi
casa siempre se me motivó para hacer una carrera, la que yo quisiera, pero una
que me ofreciera una buena formación superior. Esta claro que mis padres
nacieron en la época de: “deja tanto libro y ponte a trabajar, que eso sí que
da de comer”. Ahora, a mi edad adulta, con mis títulos colgados del brazo, y los
innumerables trabajos de becaria ando por el mundo en busca de una oportunidad.
Cuando llamo a la puerta de alguna oferta, me miran a los ojos y cuando
descubren mi estigma académico me dan una cariñosa patada en el culo.
Tengo días en el que mis frustraciones son compartidas con mi compañera
de penalidades en la oficina, donde me dejo los cuernos. Me refiero a aquellos
instantes en los que descubro lo absurdo de nuestra labor al escuchar sus
peleas con los proveedores por encontrar un restaurante para la comunión del
hijo de un cliente. Miro a mi colega de sufrimiento y contemplo sus títulos
colgados de la solapa y me río escandalosamente, mientras ella, con cierto
malestar, porque no le dejo escuchar, se da cuenta de lo surrealista de la
situación, cuelga el teléfono y terminamos las dos encanadas de risa y con la
ternura que da la complicidad de los combatientes en primera línea.
Es una ruta jodida, sí, la de forjarse un futuro, pero más
insoportable es escuchar el dogma de las generaciones pasadas: “todos hemos
pasado por ahí”. Y yo me quedo con cara de boba mientras entro en un coche
nuevo, que me lleva a un piso megahipotecado con piscina en el patio. Es cierto
que pasaron por ahí, pero ellos salieron y nosotros navegamos a la deriva del
paro, de la negación de hipotecas, de alquileres desorbitados y sueldos de
mierda.
Así pues, la generación del Baby Boom ha dado paso a la generación del Big Bang. Espero que los pequeños que corren cerca de mí sean la generación del
¡basta de explotar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario