Su paso se fue
acelerando sin dase cuenta y a la edad de 20 años corría como un rayo. No
dejaba que el tiempo se deslizara tranquilo, lo enrollaba en una maraña de
promesas y suspiros y lo lanzaba con fuerza contra el infinito.
El día que sonó el
despertador sus pies se anclaron al suelo y como no estaba acostumbrada a esa
quietud se cayó de boca.
-
¿Qué tal estás Ana? ¿Has dormido
bien?- le pregunto mientras muevo su cuerpo rígido
No dice nada, se deja
mecer, cuidar, amar.
-
Hoy hace un día precioso, el sol
brilla fuerte y el viento se lleva todo lo que sobra- le digo al dejarla junto
a la ventana.
Cuando me voy veo que
su mirada se pierde con la vida que hay fuera y pido a quien escuche, que no se
la niegue más.
-
Marta- me llama- ¿lo oyes?
-
El qué cariño- le pregunto
inquieta
-
El despertador ha dejado de sonar-
afirma feliz
Espero en la puerta,
callada, atenta, asustada, esperanzada…
-
Es verdad, ¡ya es hora de
despertar!- gritó
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