04 junio 2012

El príncipe y el mendigo


-         ¡Otra vez no!- sentenció desde el sillón- Estoy harto de perseguir pelotas y llevártelas. No quiero saltar cuando abras la puerta, ni ladrar cuando tengo hambre. Ya está bien de sufrir tus frustraciones de madre no nacida. No soy tu bebe, soy un perro.
-          Vamos Rocky, ven a jugar con mamá. Trae la pelotita, se bueno- le pide Ama desde la puerta.

Rocky no tiene nada más que decir, se acomoda en su trono y se hace el sordo.
Sueña con Dexter, el perro vagabundo que corre tras los gatos que duermen en el contenedor. Al despertar se asoma al balcón y lo observa.

-       Eso sí que es vida- piensa melancólico.-  Lo mejor de salir a pasear no es el olor de las perras, ni las delicias que encuentra tu olfato por la calle. A mi lo que me gusta es escaparme de Ama y escuchar las historias de Dexter. Es un aventurero. Se escapó de una perrera cuando era un mocoso de 6 meses. Durmió en bancos y visitó el metro. Cruzó la ciudad y se peleó con un millón de bandas de gatos y ahora es el dueño del barrio. Los niños le han hecho una cabaña y las ancianas le dejan comida en la puerta. Cuando quiere se beneficia a las perritas pijas de la calle y ya tiene por lo menos 20 críos.

-          ¡ Rocky a la calle!- interrumpe Ama sus divagaciones.

Al cruzar la puerta se encuentra de frente con Dexter, ilusionado mueve el rabo, éste lo mira altivo y sigue andando. Cuando gira la esquina se mete en su cueva prefabricada y llora.
-          Lo que daría por ser como Rocky, el rey de mi casa.

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