Supe que a Taky le encantaba la literatura cuando descubrí
mordisqueado mi libro de poemas de la
Generación del 27. Sólo tenía 7
meses pero ya era todo un intelectual. Desde entonces, le dejé subir a mi cama
en el momento de la lectura. Apoyaba su morro sobre la página y gruñía cuando
la intentaba pasar y él aún no había terminado.
Verlo sentado frente a las olas del mar me inspiraba los más bellos relatos. Sabía donde se encontraba una buena historia y estiraba la correa hasta que me llevaba a ella.
Verlo sentado frente a las olas del mar me inspiraba los más bellos relatos. Sabía donde se encontraba una buena historia y estiraba la correa hasta que me llevaba a ella.
Los años fueron pasando, tranquilos para mí, rápidos para
él. Cada vez le costaba más subir a la cama, y al final decidí yo bajar al
suelo. A los 10 años ya no podía
llevarme a los mundos de fantasía, donde encontraba la materia prima para mis relatos.
Cuando cruzó la senda de los 15 años, a penas podía leer y era yo quien lo llevaba
a vivir las aventuras. Dejó de perseguir a los cuentos y los cuentos se
perdieron. Mientras se despedía pude leer en sus ojos la última historia
desenterrada: Ama lo que te hace sentir
vivo, porque cuando dejes de hacerlo irremediablemente morirás. Adios Taky.
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