Imagina las calles del centro de Valencia, con su
historia, su antigüedad, su olor a años de silencio, con sus voces
grabadas en las paredes. Escucha el rumor de los viandantes, contempla
la belleza de las flores agolpadas por el deseo de salir del balcón que las retiene.
Mira el cielo azul, tan azul...
Siente como el sol entra por cada poro de
tu cuerpo y sale el invierno de tus huesos y a lo lejos una vibración,
un sonido familar y a la vez desconocido.
Me
adentré por el laberinto de los barrios centricos. Buscaba el origen de
las notas. Deseaba contemplar la fuente de tanta belleza y de pronto,
ahí estaba. Un chico acariciaba su guitarra y liberaba la alegría que
prometían las cuerdas. No sé si era un genio pero ese día, de vuelta al
trabajo, me sentí feliz.
La primavera
llega a las personas en el momento menos esperado. De repente, el calor
que emanan las cosas buenas evapora los miedos a la crisis, a las
enfermedades, a los hijos, a las parejas, a los trabajos...
En ese instante frena el bullicio de tu día y escucha la guitarra.
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