02 abril 2012

La conciencia


Llenamos nuestro estómago para acallar la conciencia.
Dejé el artículo sobre la mesa del comedor y me desplomé en el sofá mientras terminaba de devorar la tercera caracola de chocolate del día.

Me miré al espejo y vi el temido michelín, creciendo, poblando el universo que se levantaba bajo mi jersey.

  -  Si salgo a pasear lo quemaré- pensé mientras me enfundaba en un pantalón de chándal marrón.

Crucé la calle y miré con valentía el horizonte. No tenía rumbo pero sí decisión. Ande, ande, sudé, sudé e imaginé como caían de mí, las calorías que había almacenado durante mis diez años de matrimonio.
A lo lejos divisé un cartel luminoso que me llamaba: Pastelería Matilde. 
  - Joder, si es que me persiguen- sentencié decidida a pasar sin mirar el escaparate.

No pude evitar que los ojos se quedaran enganchados en una tarta de queso. 
Mi severa conciencia me recordó la frase del artículo. Mis pies giraron mi cuerpo, que se encontró de golpe con mi marido comiéndole la boca a una mujer más joven que yo y por supuesto más delgada. Mi mano abrió la puerta del establecimiento y me lleve a la boca la tarta entera y una docena de ensaimadas. 
La conciencia enmudeció.

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