-
No mires abajo- gritó
El cuerpo me
temblaba sin parar. El miedo había empujado fuera al frío y se había hecho
dueño de mí. La montaña me clavaba sus dedos castigándome por la osadía de
intentar dominarla. Ella era la poderosa, ella era la que decidía si viviría o
no.

Aceleró el pasó y
fijó los ojos en el final de la calle. Contuvo
el aire deseando que el momento pasara rápidamente pero al llegar a su altura
confirmó la sospecha. Era su vecino el que estaba rebuscando dentro del cubo de
basura, era aquel joven que hacía 5 años se había mudado al piso de abajo, el
que se había convertido en padre hacía dos y con el que compartía breves
conversaciones mientras paseaban al perro.
-
No mires abajo, mírame a mí- gritó
de nuevo.
Volví sobre mis
pasos y me paré delante de él. Su rostro se desencajó al verme. Me acerqué y le abracé.
La montaña te enseña
la mayor de las lecciones. Sólo si el de arriba ayuda al de abajo podrán
encontrar el camino a suelo firme. Si no, ambos están condenados a ser piedras,
seres sin alma, que caerán al vacío.
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