10 octubre 2012

La montaña



-          No mires abajo- gritó

El cuerpo me temblaba sin parar. El miedo había empujado fuera al frío y se había hecho dueño de mí. La montaña me clavaba sus dedos castigándome por la osadía de intentar dominarla. Ella era la poderosa, ella era la que decidía si viviría o no. 
Los calambres no tardaron en aparecer, los agradecí. Me mantenían alerta, me daban fuerza para no despegarme de la ladera. Todo escalador sabe, que lo más peligroso es dejar de sentir, convertirte en una piedra, un ser inerte ajeno a la naturaleza. La vida te expulsa y caes.

Aceleró el pasó y fijó los ojos en el final de la calle. Contuvo el aire deseando que el momento pasara rápidamente pero al llegar a su altura confirmó la sospecha. Era su vecino el que estaba rebuscando dentro del cubo de basura, era aquel joven que hacía 5 años se había mudado al piso de abajo, el que se había convertido en padre hacía dos y con el que compartía breves conversaciones mientras paseaban al perro.

-          No mires abajo, mírame a mí- gritó de nuevo.

Volví sobre mis pasos y me paré delante de él. Su rostro se desencajó al verme. Me acerqué y le abracé.

La montaña te enseña la mayor de las lecciones. Sólo si el de arriba ayuda al de abajo podrán encontrar el camino a suelo firme. Si no, ambos están condenados a ser piedras, seres sin alma, que caerán al vacío.

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